EL
MALESTAR EN LA CULTURA
En
esta obra, Freud nos dice que la felicidad está limitada desde el principio. El
sufrimiento viene desde el propio cuerpo, del mundo exterior y de las
relaciones con los demás. Sufrimos cuando no podemos satisfacer las
necesidades, los instintos. Freud plantea la domesticación de los instintos
para disminuir el sufrimiento, pero esto a su vez, limita las posibilidades de
placer.
Propone
la sublimación como herramienta para eludir la frustración del mundo exterior.
El resultado de la sublimación es óptimo si se incrementa el trabajo psíquico e
intelectual. Pese a ello, no existe protección total contra el malestar cuando
el cuerpo es fuente de dolor. El trabajo incorpora al sujeto a la comunidad
humana, pero es cuando la profesión ha sido libremente elegida cuando hay una
satisfacción particular. No obstante, la mayoría de las personas trabajan por
necesidad llegando a una aversión al trabajo que deriva en problemas sociales.
La
existencia nos resulta intolerable cuando la realidad se nos muestra como un
enemigo (p.ej, una catástrofe natural), con lo cual, el empeño en transformar
el mundo construyendo otro que elimine la intolerancia, es algo que no llegará
lejos.
Ante tanta dificultad donde parece que no hay
salida al malestar, Freud propone “el arte de vivir para vivir”. Esto supone un
desplazamiento de la líbido, sin apartarse del mundo exterior, hallando la
felicidad en el vínculo afectivo que se tiene con los objetos. Esto tampoco
evita el sufrimiento pero lo deja aparcado y permite la concentración en la
felicidad. Este vínculo sería el amor, que ocuparía el centro de todas las
cosas. El hallazgo de la felicidad está en el goce de la belleza, ya sea la
belleza en las formas y gestos humanos, en la naturaleza, en el arte, en la
literatura,….. Seguirá siendo una protección escasa frente al dolor, pero puede
apaciguar el sufrimiento. Que la felicidad, pues, sea irrealizable, no
significa que haya que abandonar los esfuerzos para realizarla; cada cual ha de
buscar por sí mismo la manera de ser feliz, y esto depende de la singularidad
de cada uno. La sabiduría, dice Freud, aconseja no hacer depender toda la
satisfacción en una única cosa, pues nunca hay garantía de éxito en dicha cosa.
La
religión, que impone para todos un único camino para el alcance de la felicidad
evitando el sufrimiento, puede evitar a muchos la caída en la neurosis sin
lograr nada más: es la sumisión incondicional como único consuelo y fuente de
goce.
La
hostilidad contra la cultura habría surgido por la disconformidad ante el
estado cultural: la confrontación entre religiones y el contacto con otras
razas (fruto de los viajes de exploración) así como las propias neurosis que no
toleran la frustración que impone la sociedad.
En
la época primitiva los dioses eran ideales de la cultura; hoy tampoco el hombre
es feliz en su semejanza con Dios. El avance científico ha proporcionado
progresos en la humanidad, sin embargo, no somos más felices tampoco. Pero
tampoco podemos juzgar si cualquier tiempo pasado fue mejor, ya que la
felicidad es algo profundamente subjetivo. La sustitución del poder individual
por el de la comunidad es el paso decisivo hacia la cultura. Los miembros
restringen sus posibilidades de satisfacción individual. Por tanto, el primer
requisito cultural es el de la justicia, es decir, el mantenimiento de la
seguridad del orden jurídico establecido. La justicia es un derecho. La
evolución cultural tiende a que este derecho deje de expresar la voluntad de un
pequeño grupo (tribu, clase social o casta) que se enfrenta violentamente con
otras masas más numerosas (el pueblo).
El
resultado final ha de ser el bien común, el establecimiento de un derecho al
que todos hayan contribuido con el sacrificio de sus instintos. El espíritu
libertario puede ser una rebelión contra una injusticia o un surgimiento de lo
que queda de primitivo provocando hostilidad. Las luchas giran en torno a la
búsqueda de un equilibrio adecuado entre las reivindicaciones individuales y
colectivas. Lo social es por tanto individual y viceversa. El temor a la
rebelión de los oprimidos lleva a adoptar medidas de precaución más rigurosas
por parte de los opresores.
La
máxima “Amarás al prójimo como a ti mismo”, encierra un mensaje peligroso. Si
amo a alguien, éste debe merecerlo, deber ser conocido por mí porque me
identifico a él; si es alguien extraño, es indigno de mi amor y merece mi
hostilidad y mi odio. Si el prójimo es mi enemigo, debo amarlo como a mí mismo,
con lo cual se establece un odio mutuo. Triunfa la maldad cuando no reconocemos
al semejante como diferente y no lo aceptamos en su semejanza como humano y en
su diferencia como sujeto particular.
El
narcisismo de las pequeñas diferencias era lo que Freud denominaba a la
rivalidad entre comunidades vecinas. Siguiendo este patrón, la sociedad está
abocada a la desintegración. Tenemos el instinto de muerte, donde la agresión
es dirigida contra el yo. La incorporación del superyó sería la conciencia
moral. La tensión existente entre el superyó y el yo subordinado es el
sentimiento de culpa que se manifiesta bajo la necesidad de castigo (el castigo
es una manifestación del yo que se vuelve masoquista bajo la influencia del
superyó sádico). Uno se siente culpable cuando hace algo que se considera que
está mal o bien no lo ha hecho pero reconoce la intención de hacerlo. El miedo
en el niño a la pérdida del amor de los padres lo deja en una posición de
desamparo y se expone a la superioridad del progenitor que lo castiga. Esto
genera angustia. En los adultos, el temor surge si son descubiertos. El hecho
de sentirse seguros de no ser descubiertos les puede llevar a cometer actos
delictivos que les pueden ofrecer ventajas. Si se internaliza el superyó, no
actúa este temor. Una conciencia muy severa (por ejemplo, en los santos) es
tentada a satisfacer sus instintos. Ante la desgracia, se impone privaciones y
se castiga con penitencias. El pueblo de Israel se consideró hijo predilecto de
Dios y éste le hizo sufrir desgracias; creó entonces a los profetas para
reprocharle su pecaminosidad surgiendo el sentimiento de culpa que postulan los
preceptos de la religión. El hombre primitivo, en cambio, culpaba al fetiche y
lo molía a palos.
La
culpa, viene del miedo a la autoridad superior y el temor al castigo. Procede
del complejo de Edipo y se adquiere tras el asesinato del padre por los hijos
como se ve en el mito de la Horda Primitiva. El remordimiento es el resultado
de la ambivalencia afectiva hacia el padre: los hijos lo odiaban tanto como lo
amaban. La agresividad surge del conflicto entre la necesidad del amor de los
padres y la inhibición de la satisfacción de los instintos. El superyó surge
por identificación al padre. Como neuróticos, nos sentimos culpables matemos o
no lo hagamos, nos sentimos culpables por esta ambivalencia afectiva. El
conflicto aumenta al vivir en comunidad donde se despliega el conflicto
individual de cada uno.
La
ética es el conjunto de normas que regulan las relaciones entre los seres
humanos. El superyó cultural tendría como objetivo eliminar la tendencia a
agredirnos los unos con los otros. En Psicoanálisis la ética es un objetivo
para el tratamiento. El destino de la especie humana se decidirá si el
desarrollo cultural hace frente a las perturbaciones de la colectividad que
surgen del instinto de muerte que genera agresión y autodestrucción. Schiller
decía que el hambre y el amor hacen girar el mundo. El primero porque permite
la conservación del individuo y el segundo porque permite la conservación de la
especie.
La
agitación y la angustia propia de las épocas suponen el exterminio del humano.
Vivimos la amenaza de un estado que podemos denominar de “miseria psicológica
de las masas”. Nos queda el amor como vencedor del instinto de muerte.
Miriam
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